Usualmente vemos al universo como algo que está fuera de nosotros: que se extiende más allá de la atmósfera, de nuestro sistema solar, de la galaxia que nos alberga… Vemos al universo como algo infinito, maravilloso, cautivante, e indescifrable. Absortos en tal contemplación, profundamente embelesados en la belleza de ese instante, nos sentimos también infinitos, sabemos que somos parte también de aquella danza cósmica que es el universo, pues comúnmente lo ignoramos o lo olvidamos. Ignoramos que cada uno de nosotros es un universo con sus soles y planetas, sus estrellas y cometas; olvidamos cómo bailar aquella danza, olvidamos cómo vivir, olvidamos quiénes somos…
Hace muchos siglos, en el famoso oráculo de Delfos, lugar de peregrinaje para todas las personas que querían conocer su presente, su pasado y su futuro (o cualquier otra cosa), fue escrita una enigmática frase: “Homo Nosce te ipsum”, “hombre conócete a ti mismo”. Esta particular sentencia indicaba ya entonces (y lo sigue haciendo ahora), que para conocer certeramente cualquier aspecto de nuestra existencia, era necesario conocerse a sí mismo: ¿cómo hallar afuera aquello que buscamos si no lo encontramos dentro primero? ¿cómo comprender los misterios más grandes del universo si desconocemos los tesoros ocultos en nosotros?
No sólo estamos en el universo, si no que el universo está en nosotros: con sus mismas leyes, con sus mismos principios, con su misma belleza enigmática. Las ramas y raíces de los árboles se asemejan a los bronquios y bronquiolos dentro de nuestros pulmones, los ríos llevan el agua que permite la vida en los prados como las arterias que irrigan todo nuestro cuerpo, los días soleados y nublados se suceden día a día como nuestras penas y alegrías, si hasta los cielos lloran y los vientos cantan…
Existe pues un mundo, un universo, dentro de ti. ¿Te atreves a descubrirlo?
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Gnosis, Ciencia y Cultura del Hombre hacia la búsqueda del Ser.